sábado, 18 de diciembre de 2010

Melodía feroz para un pequeño viajero interurbano

Le gustaba pensar que el tráfico atroz de Buenos Aires era la síntesis argumental de su vida. No por ser una buena analogía (de hecho no había planeado ninguna) sino porque le gustaba decir "síntesis argumental". Puro snobismo de su parte, pero no iba a disculparse por ello.

El tráfico era otra excusa para no mantener los ojos en el libro. Intentaba leer Auster, para impresionar a una chica seguramente. No era la primera vez que lo hacía, no iba a ser la última. Gran parte de su universo cultural se componía por elementos recomendados por las chicas que nunca pudo conquistar. Se reconfortaba pensando que el no-amor al menos le dejaba un buen disco o novela. Esta vez parecía que nuevamente iba a terminar así, sólo que probablemente iba a dejar de verla mucho antes de terminar de leer. Le echó de nuevo la culpa al tráfico sólo para no aceptar que esta vez no podía seguir la trama con la debida fluidez que requería. Intentaba concentrarse. En un momento leyó "que sea el viento el que enferme", sólo para darse cuenta que esas palabras salían de sus auriculares. Decidió ahí que lo más sano era cerrar la novela.

El colectivo había avanzado apenas media cuadra. Una vez más, el viernes le había ganado al cartel de "semi rápido" que ostentaba al frente. Buenos Aires llenaba sus calles de autos que desean escaparse de ella para volver uno o dos días después, como sí de una relación enfermiza se tratara. Vivir en Buenos Aires es, de hecho, algo enfermizo. Pero cientos de miles desean estar allá y enfermarse por su cuenta. El tenía asumida su relación odio-amor con la ciudad, de la misma manera que asumía su igual relación con su entorno. El se creía un inconformista. Otros lo llamarían malagradecido, pero tampoco le importaba eso.

El libro estaba cerrado y guardado en el morral. Lo único que lo ayudaba a pasar el rato era la música que se repetía una y otra vez. Sólo escuchaba tres o cuatro canciones, en orden aleatorio y en reproducción eterna. Lo relajaba. Al menos lo hacía sentir algo parecido a eso. Necesitaba llegar a casa antes que el caos de la ciudad se instalase en su cabeza y no pudiera sacarlo hasta el lunes cuando el ciclo comience nuevamente.

Tuvo que abandonar su asiento debido a las normas de convivencia que rigen en los transportes públicos. En el fondo quería víctimizarse y reprochar el hecho que alguien puede arrebatarle el asiento a otra persona por el simple hecho de demostrar un embarazo. Pero también sabía que las normas de convivencia rigen en los transportes públicos le daban al chofer la potestad de hacerlo bajar por una actitud de ese tipo. Prefirió evitar la controversia y caminar hasta el fondo del colectivo para sentarse en la escalera de la puerta de descenso.

Mientras el colectivo no avanzaba se sacó los auriculares para darle una oportunidad a Auster. Se arrepintió rápidamente. Guardó de nuevo el libro en el morral pero no se volvió a poner los auriculares. La banda de sonido del viaje volvía a ser la crudeza de Buenos Aires y su tráfico itinerante. Eran cientos de autos, colectivos y taxis fuera de control. Como el que se dirigía sin freno a la puerta de atrás del colectivo 8 con cartel de "semi rápido". Él, sentado en la escalera de esa misma puerta, jamás volvió a ver una imagen tan caóticamente perfecta.

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