jueves, 25 de marzo de 2010

Número Seis

Contrario a lo establecido por el Acta 28, artículo 16 sección 4 de la Asamblea de Reconstrucción, llegó una carta el martes. Las cartas llegan el jueves, sin excepción. El sobre tampoco estaba timbrado, eso explica el día, no el por qué. Moreira lo sabía, pero estaba demasiado ebrio para ponerse a pensar en eso. Lógico, era martes de whisky.
El miércoles se levantó pasado el mediodía. Vio la carta en su escritorio, no recordaba haberla recibido y, por un segundo, pensó que había perdido un día durmiendo. La falta de sello oficial le hizo recordar la situación del día anterior. Quiso abrirla, pero prefirió dejarla donde estaba. No tiene sentido leer un miércoles de resaca.
De haber una ventana, la luz del día debería reflejarse en la pared como un grupo de sombras perfectamente inquietante. Sin embargo, Daniel Moreira sabe que las paredes de concreto no proporcionan ese espectáculo, por lo que solo se limitó a escupir la mezcla de pasta dental y saliva. Vio que no estaba sangrando tanto como otros días, eso era bueno. Mientras hacía una anotación en los formularios del baño se sobresaltó por la alarma del correo oficial. Se puso el mameluco beige, ya que el protocolo indica que el uniforme reglamentario debe ser usado en toda actividad oficial, aunque solo sea recibir los informes semanales. Podría obviarlo, pero uno nunca sabe si lo miran. Abrió el compartimiento del correo y extrajo de un tubo siete certificados de defunción. Los apoyó en el escritorio y notó el sobre blanco que había recibido dos días atrás. Lo abrió y solo encontró un papel con un “2” tachado. Tras dejarlo, tomó un marcador y prosiguió a tachar la segunda foto de izquierda a derecha. No era la primera, 10 de los 12 retratos estaban igual. Tampoco se lo veía nervioso mientras lo hacía, las malas noticias se reciben los jueves.
Mientras se aplicaba la dosis #254 en el brazo derecho pensaba que los cumpleaños no tienen sentido en esos días y supuso que podía suspender cualquier celebración pensada. No sería sensato, ya que los viernes son solo de inoculación.
La noche, lo que se supone que es la noche, lo alcanzó trabajando. La computadora solo mostraba una serie de ecuaciones, al igual que todos los papeles en el escritorio. Nada debía molestarlo, así que cuando sonó el aviso de correspondencia se sorprendió. No era jueves. Nada debe llegar salvo los jueves. Esta vez decidió abrirlo, solo para encontrarse con un papel con un “6” tachado. Lo dejó caer al piso y se negó a tachar su foto de la pared. No por temor, sino porque no debía suceder. Hoy no era jueves y nadie puede ser sentenciado un sábado de operaciones.
El primer portón se abrió. Hubo una violación al protocolo principal, lo cual activó la alarma y lo despertó. Era imposible, no había autorización primaria ni contraorden de ejecución que apruebe eso. El segundo portón se abrió. Intentó comunicarse con el teléfono de línea externa. De haberse dado una orden alguien debería responderle. Pero el teléfono estaba muerto. Ahí entendió todo. Tomó el arma reglamentaria y decidió salir del cuarto. Cuando tomó el picaporte sintió que al otro lado había una mano apoyada ahí, presionando hacia adentro. Era domingo de descanso y, tal como estaba establecido en el Acta 28, artículo 16 sección 6 de la Asamblea de Reconstrucción no debía sucederle nada. Pero por primera vez en años sentía miedo.

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